El era un hombre de mediana edad como todos los hombres de
mediana edad, pensando como todos que lo que quedaba por vivir era el residuo de lo que había hecho o dejado de hacer antes de hacerse
viejo.
Trabajaba en lo que le gustaba, hacía cosas que deseaba y se
confortaba diciéndose que esa es la manera en la que un hombre de mediana edad
tenía que vivir.
Del trabajo a la casa, con intermedios
desde ludicos hasta académicos, algunos rayando en la presunta "superación
personal", esperando que de manera inevitable que los segundos se convirtieran en
horas, las horas en días y de repente cerraba los ojos un lunes para darse
cuenta que ni siquiera los había abierto hasta el domingo siguiente.
De repente, una noche todo cambió para ese hombre
de edad mediana. Aquella en que después de su sesión lúdica, de su momento de
reflexión sesuda con relación a lo estúpido que era el estado del estado y tan
fácil de arreglar, decidió hacer lo que pertinentemente correspondía, dejar
todo atrás y morirse unas horas para al día siguiente continuar con la
inevitable vorágine de su agitada rutina.
Bebió su último trago de café, colocó la almohada y se refugió en el sopor confortable y en el ocultamiento ante la existencia.
Bebió su último trago de café, colocó la almohada y se refugió en el sopor confortable y en el ocultamiento ante la existencia.
Solo que esa noche fue más fácil conciliar el sueño, de
manera súbita se vio envuelto en una seminconsciencia, en lo cálido de su
narcótica bolsa de protección. Un pestañeo durante un instante y ahí estaba ella, la
que algo en su corazón le decía haber estado esperando durante todo el tiempo
que había pasado dormido en su vida. Bebió, charló, se perdió en sus ojos, se
amoldó en su cuerpo.
La llevó a su casa empatándola con cada una de las ondulaciones de su cama y de su cuerpo pero nunca nunca perdió de vista el listón blanco que aprisionaba su cabello. La recorrió de pies a cabeza, pero siempre tuvo presente el blanco listón.
La llevó a su casa empatándola con cada una de las ondulaciones de su cama y de su cuerpo pero nunca nunca perdió de vista el listón blanco que aprisionaba su cabello. La recorrió de pies a cabeza, pero siempre tuvo presente el blanco listón.
No supo cuanto estuvo dormido, o si había abierto los
ojos en el transcurso de lo que fuera. Se dió cuenta que había terminado porque a
su lado solo había nada, esa nada maldita
que nos hace ver y sentir lo incompleto que hemos sido y vivido, esa
maldita nada que nos pega en el rostro cuando somos conscientes de aquello que
siempre nos ha hecho falta.
Este hombre de edad mediana, como era de esperarse siguió
con su “vida” de todos los días, hasta que presa de la desesperanza revolvió su
cama en busca de algo que hubiese quedado de esa noche imaginaria.
No paso
mucho para en un rincón de su espacio descubriera, sin saber como y sin interesarle esa es la verdad, el blanco listón.
Se dejó caer en su cama vencido por la nostalgia de un solo instante, no tomo su taza de café, ni reflexionó; solamente se permitió caer en ese sopor avasallante por segunda vez y para su fortuna de maldito perro ahí estaba ella esperando, mirándole con su sonrisa de niña y su vestido de nube para entonces saber como ninguna otra ocasión en su vida, que esta vez, esta vez no quería y no iba a despertar.
Se dejó caer en su cama vencido por la nostalgia de un solo instante, no tomo su taza de café, ni reflexionó; solamente se permitió caer en ese sopor avasallante por segunda vez y para su fortuna de maldito perro ahí estaba ella esperando, mirándole con su sonrisa de niña y su vestido de nube para entonces saber como ninguna otra ocasión en su vida, que esta vez, esta vez no quería y no iba a despertar.
mmmmmnnnn tu chunche no guardo mi comentario!!!!!
ResponderEliminarMe recuerda al libro que me prestaste en vacaciones, pero en tu estilo muy personal, como siempre muy comprometido contigo mismo.......esta de diez!